
Entre La Paz y Federalismo había un hombre que jugaba con el
fuego y no se quemaba. 15 años de experiencia y un perfume a pelo quemado. Vil
creyente de las buenas y culebras vibras, Pachamama y rola el tabaquito hermano,
Ahó, el universo annuakis y puto gobierno. Masticaba con la boca abierta y tenía
un diente encimado. 55 segundos duraba su acto y 10 de caridá, jueves 12, 5 de
la tarde, 37 grados centígrados, asfalto al punto para freír una papa. El fuego
a los extremos de su palo empapado con gasolina de la verde. Ardían junto al
sol, gozando del fulgor, calor y sudor, adrenalina y agitación. Huehuetéotl y yo.
Lanza el fuego y lo toma con su mano izquierda, llueven cenizas, gotas de transpiración
o lágrimas de emoción, el dios del fuego ha visto su acto, ha aplaudido y se ha
puesto de pie, aquel anciano de miles de años con su brasero sobre la espalda.
Felicita al muchacho, aquel ensimismado, pierde el control de su acto… arde en
llamas y adiós.
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