
Los pulques “Dn Abeto” que en realidad no se llamaban así,
simplemente se le había caído algunos elementos al letrero, medía aproximadamente
150 x 200, tenía un olor a vomito dulzón, las mesas cubiertas de un mantel azul
con florecitas naranjas, platitos morados llenos de salsa que Don Alberto
preparaba con las manos sucias y al lado del picante un poco de bicarbonato
para que no arda la panza. Los clientes de Abeto no sólo eran viejos o teporochos,
de vez en cuando llegaba uno que otro joven en busca del conocimiento de los ancianos.
Los sabios se reunían en la mesa principal y gozaban de cacahuates recién
salidos de la tiendita, el consejo formado por 3 rabo verdes y 1 piruja
retirada sorbían alrededor de 10 litros de pulque al día mientras escuchaban a
las hermanas Navarro en su grabadora del año del caldo. La pulquería empezó a
ganar fama gracias al consejo de los grandes, se decía que Mayáhuel les daba la
habilidad de leer el pulque, claro con la oportuna cuota de 40 pesos o 1 litro
de pulque, uno que otro si se quedó con el ojo cuadrado y flojo. La gracia les
duró poco, a los 3 meses de dinero y pulque extra sus ancianas panzas ya no aguantaron
más y dejaron de asistir a sus sesiones de nostalgia junto a las hermanas
Navarro. Don Alberto perdió a su clientela y tuvo que cerrar su poco bendito
negocio.
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