Diantres

Andaba caminando, nomas moviendo los pies sin rumbo alguno, pensando, tropezándome en las grietas y riéndome de mis ocurrencias.
Llegué a una iglesia. Cómo si hubiera llegado a mi destino, entré.
 Olía a madera con aceite de naranja. Feliz con aquella caminata, me senté a disfrutar del silencio.
 A seis bancas de mi, hasta el mero frente estaba una viejita con apariencia de ánima; totalmente de   blanco y con un aura de castiadad. 
Pensé en mi fe. No hacía él, más bien hacía mí.  ¿Cuando fue la última vez que me confesé? en este caso ¿alguna vez me confesé?
Localicé la cabina de secretos, me dio de esa curiosidad que mata gatos.
 Sin ningún testigo (aparte de la señora y todos esos santos viéndome) Me introduje al confesionario e inmediatamente un sentimiento de paz acompañado por la alineación de todos mis chakras,
me hizo sentir que aquellos pecados, temores y sueños, se volvieran totalmente intrascendentes. Todo se esfumó pero el olor a palo de rosa persistió.

Comentarios

Entradas populares